Por Coral Cruz González Luna
Me sentí con ánimo de escribir esta pequeña reflexión después de mis dos pajareadas con el grupo de AvesFC. Antes de eso ya llevaba un rato con ganas de ir a pajarear, pero confieso que las mañanas no son lo mío, levantarme temprano y más aún en fin de semana, era una idea un poco retadora (si no aterradora).
Pero el día llegó y fui capaz de despertarme y alistarme, en esa ocasión la cita era en el Jardin Botánico de la UNAM. Cuando llegué ya estaba el grupo reunido, muchachos y muchachas sonrientes y relucientes (no como yo, con ojeras), armados con sus binoculares y sus guías. Apenas llegué y fui recibida con toda la información que necesitaba: cómo usar los binoculares, cómo pajarear, qué verle a las aves, cómo usar las guías, etc., información necesaria para los novatos que deseamos iniciarnos en esto de la pajareada. Comenzamos entonces a caminar y a ver muchas muchas aves, que si una especie por aquí, otra por allá, todo acompañado de comentarios muy interesantes de los expertos en la materia. Finalmente terminamos, cruzamos información con el otro grupo (pues nos dividimos por ser tantos) y decidimos ir a desayunar.
Al “salir” a la ciudad empecé a ver todos los autos, el metrobús atascado, la gente de aquí para allá, unos enojados, otros amargados, neuróticos manejando, quizás uno que otro sonriente, pero sólo entonces me di cuenta que aquel pajareo mañanero había sido como estar en otra dimensión, me pude salir un momento de esa intensidad citadina que caracteriza al DF.
El simple hecho de observar la naturaleza, oirla, olerla, caminar entre ella, asombrarnos por las especies de aves que veíamos, por la diversidad, por la vida en todo su esplendor (no dicen pues que los niños son niños porque no se dejan de asombrar). Todo esto fue suficiente para sentir una satisfacción muy grande que derivó en una tranquilidad y en un sentimiento de felicidad y paz. Y eso tan sólo a unos pasos de la “cotidianeidad” de la ciudad monstruo y la gente que la habita.
La segunda pajareada fue por demás increible, nos subimos a la trajinera y andamos ¡a ver aves!, era un día despejado, veíamos los volcanes, los canales de Xochi, las aves acuáticas, las migratorias, las residentes. Y todo era tan sorprendente porque estábamos, de nuevo, a sólo unos pasos de ciudad monstruo, incluso su barullo se escuchaba, los coches, los frenones, los camiones, los aviones...
Y todo esto me dejó la reflexión que estoy haciendo. En efecto cada pajareada se genera una lista de las especies, contribuimos así al conocimiento y monitoreo de la vida silvestre, en particular de las aves. Pero más aún cada pajareada nos hace más consciencia de cómo somos parte de la naturaleza y de que estamos rodeados de seres vivos, aún cuando dentro de las ciudades y la urbanización todo parezca querernos hacer olvidarlo.
¿Cómo es que observar la naturaleza nos puede dar satisfacciones o nos puede hacer más conscientes? La primera respuesta es una cuestión de sensibilidad personal, cada contexto ha moldeado a cada persona y claramente los integrantes del grupo y en particular aquellos asiduos a las pajareadas van por gusto y disfrutan enormemente de la actividad. Pero el punto de la reflexión radica en torno a la segunda pregunta: es el hecho de cómo ser sensible a los seres vivos te hace ser harina de otro costal y eso es lo que notas al “regresar” a ciudad mounstro después de cada pajareada. Vamos y vemos aves dentro del entorno natural-urbano que les queda, en primer lugar nos damos cuenta de que ellas están vivas como nosotros y en segundo es inevitable una reflexión en torno a nuestros actos y sus consecuencias para los otros seres vivos, y ésto es a lo que me refiero cuando digo que las pajareadas nos hacen ser más conscientes.
Nos tacharán de románticos o más probablemente de locos por dedicar tiempo a “sólo ir a ver aves (¿¿aves??)”, pero lo que no es evidente es que al hacernos sensibles a la naturaleza, también nos hacemos más críticos a la sociedad, a esta sociedad en la que vivimos, totalmente enajenada del sitio donde ocurre y de las consecuencias de los patrones de consumo que la caracterizan. Vemos con nuestros propios ojos que no estamos aislados de los ecosistemas, que somos parte de ellos, que requerimos de ellos. Admirar la persistencia de la vida nos hace ser más responsables.
Ir a ver aves es una manera de hacer un cambio y eso dista mucho de sólo hacer listas. Una felicitación a todos los miembros de este y de otros grupos dedicados a la observación de la naturaleza, pues son semilleros de gente con otra visión de su entorno y por lo tanto de sí mismos y de sus actos (¡o al menos eso quiero pensar!).